Siguiendo con la serie de
artículos que publicaré por este medio, nos toca tratar el trastorno de
personalidad negativista o pasivo agresivo como también se le llama.
En la Clasificación
Internacional de Enfermedades ( CIE 10 ) está considerado como otros trastornos
de personalidad. Hay que aclarar que las personas que tienen algún trastorno de
personalidad no van por ahí mostrando todas sus cualidades a quien sea y a cualquier
hora que sea. Se pueden comportar de manera normal la mayor parte del tiempo,
se pueden adaptar, sin embargo cuando
las circunstancias los acorralan salen sus signos más característicos que nos
sirven a los clínicos para diferenciarlos de otros trastornos.
Como su nombre lo dice, se
muestran negativista con cara al futuro, son conflictivos y oposicionistas,
pueden alargar la realización de una petición solo porque si, para ver la reacción del otro, no son
cooperativos, ponen trabas a las situaciones. Cuando las cosas van mal, usan
esos momentos para justificar su pésima visión del mundo. Cuando las cosas le
van bien no son capaces de experimentar placer, por lo tanto, se vuelven a quejar. Nada está bien para ellos, son
criticones del prójimo, ni perdonan, ni olvidan una ofensa hasta el punto de ser
resentidos.
Sin embargo las
circunstancias provocativas deben llegar a su pico más alto para que lleguen a
la agresividad, aunque pueden mostrarla con su actitud pasiva, por que se
mueven ambivalentemente entre la agresión y la pasividad, dan la impresión de
estar siempre tensionados, y dispuesto a la acción agresiva sin llegar a
hacerlo, y prefieren oponerse tardando en hacer lo que se les pide, se rebelan
pasivamente a las figuras de autoridad, su dependencia a alguna figura es
notoria pero a la vez dudan en comportarse de tal manera que pueden mostrarse
también independientes, con las personas
que se relaciona habitualmente muestran una afirmación y una crítica, la ayudan
y la obstruyen, coopera pero se tarda, lo hace cuando él lo quiera, no cuando
se lo piden hacerlo.
Cognitivamente tienen
pensamientos de desanimo y frustrantes con cara al futuro, no creen que las
cosas les pueda ir bien, critican a los otros a quienes si les va bien, son
incrédulos y desconfiados. Emocionalmente se muestran irritables, cambiantes,
tiene poca tolerancia a la frustración pudiendo romper en violencia si asi
necesitan hacerlo, tienen poco control de sus reacciones imprevistas, aquellos
quienes los acompañan, siempre están “en vilo” esperando alguna reacción
imprevista de ellos.
Esto como es obvio notar,
les lleva a los pasivos agresivos a una relación conflictiva en el ámbito
laboral, familiar y social. Nadie quiere trabajar con ellos, formar equipos con
ellos es insufrible. La persona que se relaciona sentimentalmente con ellos
está condenada al sufrimiento.
Síndrome de la infancia.
Normalmente las personas
sabemos que puede ocurrir cuando alguno de nosotros comete una u otra conducta,
si la conducta es socialmente acepada las consecuencias puede ser positivas,
caso contrario sabemos que ante una conducta socialmente negativa o perjudicial
las consecuencias serán negativas para nosotros, es decir, estamos
condicionados a una historia de aprendizaje de emociones y consecuencias que se
derivaran de nuestro comportamiento. Los pasivos agresivos o negativista no
tienen esta historia de aprendizaje. Por el contrario las consecuencias que han
derivado de sus acciones han sido ambivalentes. En la infancia, han sido niños
criados por padres que le han dado una doble comunicación, un padre rudo y una
madre permisiva, o viceversa, las consecuencias más allá de las reprimendas y
caricias, acusaciones y consentimiento, el ambiente en que se han criado no les
ha dado una dirección a que atenerse, no le han enseñado a esperar afecto o
alejamiento, le han enseñado a esperar afecto y alejamiento al mismo tiempo,
han recibido critica y caricias, confianza y duda, y así aprenden a responder a
los estímulos posteriores, con esa ambivalencia afectiva que han reforzado su
conducta. Las consecuencias serán percibidas como ambiguas, ya de adulto no
sabrá si acceder u oponerse, porque
estas dos formas de actuar tienen la misma consecuencia ambivalente.
Los niños pueden mostrarse
opositores, ser percibidos como malcriados, respondones, con baja tolerancia a
la frustración y poco control de impulsos, discuten las órdenes, no respetan a
la figura adulta, siguen normas después
de que le han criticado y demorado en cumplirla, aunque no llegan a perjudicar otros como si puede hacerlo una personalidad
psicopática.
Los niños con este
síndrome se pueden mostrar muy dependiente de sus padres aunque más que amor,
lo que ven en ellos es una evitación a sus temores que pueden ser fóbicos a la
oscuridad o estar solo. Sin embargo, esa dependencia no impide rebelarse a
ellos dando motivo de queja. En la escuela son conflictivos, pelean mucho, se
oponen a la profesora al grado de agredirla, y les cuesta cumplir las normas de
convivencia que logran alcanzar después de alborotar al salón.