Desde una visión sin límites la historia no parece tener fin, es una sucesión inacabable de hechos que nos indican la cultura de la gente, de los pueblos, de su pasado. No es la visión del conquistador ni del que gana una guerra. La historia es un todo, no es fragmentada, la visión del mundo europeo de la Edad Media y Moderna, individualizo la barbarie solo en los pueblos que no estaban dentro de sus fronteras, ya en sus colonias dejo como herencia, una casta que hizo de lado a los naturales del lugar sin hacerles participe de la nueva republica. Así paso en la áfrica francesa, en el Brasil portugués, y la india inglesa.
¿Y en América? - con excepción del Norte en donde los colonos no eran conquistadores sino lo que José Carlos Mariátegui llamaba “Pioner”, exploradores de una tierra que le serviría donde vivir, no donde saquear– no hubo oportunidad de hacer un país. Solo heredar la casta europea por los criollos. Visto desde el mundo antiguo, la historia eran ellos y nada más. Visión ciega del tuerto que aparte de un solo ojo, tiene un solo objetivo.
La observación heterea y simbólica que Oswaldo Spengler hace de las culturas antecesoras a la nuestra, su certidumbre interior que llena el pensamiento artístico, religioso y mitológico que llama, el sino del destino–La lógica del tiempo – envuelve quien acepta su punto de vista en un pesimismo profundo sobre el futuro de Occidente y más –y esa es mi conexión- a los habitantes de esta América Latina sin rumbo fijo. En su libro “La Decadencia de Occidente” entiende la historia del mundo con la espiritualidad que da la trascendencia, descarta al guerrero y a la ciencia, a la razón y a la prueba como dato, y encanta con lo abstracto y artístico de la cultura griega y egipcia, cree superior a Mozart y Goethe más que a Kant y a Marx, que no nos han dejado más herencia que lo racional y material de la experiencia. El limite mata al pueblo que lo marca, lo ilimitado y abstracto lo trasciende., esa parece ser la lógica metafísicas de Spengler. Se puede no estar de acuerdo con él, pero sustenta de manera fría y fuerte sus opiniones sobre el avance tecnológico, la avaricia por el dinero y la adicción por lo material que rigió el siglo pasado, menos mal para él que murió antes de que los nazis iniciaran la Segunda Guerra Mundial que hubiera provocado un tercer tomo de su obra.
Francis Fukuyama en su libro “El fìn de la historia” comparte el pesimismo de Spengler, y se pregunta si hay futuro en un siglo XXI, precedido por un siglo XX violento, hostil y sanguinario, y una de sus conclusiones es que ni la cultura y la educación son garantías de un desarrollo moral y ético, y pone como ejemplo el genocidio de los judíos por los nazis. Fukuyama tal vez es menos exquisito que Spengler. Concuerda con Hegel que lo que garantiza el desarrollo de la persona no es el consumismo acumulativo ni social, sino la libertad y el libre pensamiento. Fukuyama nos dice que ese libre pensamiento y la libertad se ha conseguido con la democracia liberal, política que aunque pueda hacer a un Estado débil, es mejor opción que un estado totalitario, autoritario y comunista, del cual solo queda el Nacionalismo en algunos países en donde según su opinión, el “fantasma comunista” ya fue olvidado.
Como ubicamos a América Latina en estos dos visiones de la historia. En mi opinión encajan en ambos, por una parte nuestra América Latina es solo un rezago de nuestras culturas antiguas, Incas y Aztecas que a la visión de Spengler habrían trascendido solo como historia muerta. Muy poco nos queda al menos en Sudamérica de los Incas, aunque valorados por los turistas por los legados dejados, no pasan de ser parte de un circuito turístico. Aunque hay que reconocer que México y su capital Tenochtitlán según Ronald Wright fue reconocido por la Castilla española, mandando sus mejores administradores que valoraron el intercambio comercial y religioso entre ambas naciones, hecho desconocido por los Incas, aun cuando el 70% del cargamento de oro que llegaba al reino español y el 40% de la producción mundial de esa época- según Javier Tantalean Arbulu- eran del Perú.
No hemos conocido aun en América Latina la democracia liberal, menos aun, hemos alcanzado un nivel de satisfacción social, cultural y económica de nuestra gente, ¿Derechos sin mejora? ¿Libertad con pobreza?, la idea de Fukuyama solo confirma las contradicciones fundamentales de la dialéctica. Esa dialéctica que parece transformar comunismo por un nacionalismo autoritario. El nacionalismo en varias de sus componentes revive una superioridad de la raza ya fenestrada genéticamente, y una valorización discriminativa por parte de los habitantes de una región, para con los que no han nacido en esa tierra, ahondando aun más la división de las naciones, que pareciera darle la razón a Foucault en su ensayo “Etiología del Racismo”.
El trauma de la conquista como opinan algunos psicoanalistas, como una –sino la principal – causa de los males de América Latina, no es la visión correcta. No debería serlo. No creo que tampoco sea la solución la vuelta al pasado concreto, ni dejar de lado el modernismo. Es hora que tomemos nuestro rumbo, lejos de la conquista como trauma, y verla como un encuentro cultural. Un continente que llega a los doscientos años de independencia debe tener una historia y un futuro. No se acaba la historia con derechos y libertad aún falta mucho, ojala que encontremos el rumbo. Nuestra cultura latina debe de revitalizar lo que Spengler llama alma apolínea, extensa y mágica del pasado, o como predijo Hegel, solo seremos una vivencia diaria sin historia.