Transcribo un pequeño pasaje del curso “El
hombre y la gente” que José Ortega y Gasset dicto en Buenos Aires de 1949 a 1950 pasaje referida a
la mujer: “La relativa hiperestesia de las sensaciones organicas de la mujer
trae consigo que su cuerpo exista para ella más que para el hombre el suyo. Los
varones normalmente olvidamos a nuestro hermano cuerpo, no sentimos que lo
tenemos si no es la hora frígida o tórrida del extremo dolor o el extremo
placer. Entre nuestro yo puramente psíquico y el mundo exterior no parece
interponerse nada. En la mujer por el contrario, es solicitada constantemente
la atención por la vivacidad de sus
sensaciones intracorporales: siente a todas horas su cuerpo como interpuesto
entre el mundo y su yo , lo lleva siempre delante de si, a la vez como escudo
que defiende y rehén vulnerable . Las
consecuencias son claras: toda la vida psíquica de la mujer esta mas fundida con su cuerpo que en el hombre; es
decir, su alma es mas corporal, pero, viceversa, su cuerpo convive mas constantemente y estrechamente con su espíritu,
es decir su cuerpo está mas transido de alma. Ofrece, en efecto, la persona
femenina un grado de penetración entre
el cuerpo y el espíritu mucho más elevado que la varonil. En el hombre
comparativamente suelen ir cada uno por su lado; cuerpo y alma saben poco uno
de otro y no son solidarios, más bien actúan como irreconciliables enemigos. En
esta observación creo que puede hallarse la causa de ese hecho eterno y enigmático
que cruza la historia humana de punta a
punta y de que no se ha dado más que explicaciones estúpidas o superficiales.
Me refiero a la inmortal propensión de la mujer al adorno y al ornato y al ornato
de su cuerpo. Vista a la luz de la idea que expongo, nada más natural, y a la par, inevitable. Su nativa contextura fisiológica
impone a la mujer el hábito de fijarse, de atender a su cuerpo, que vienen a ser el objeto más próximo en la perspectiva
de su mundo. Y como la cultura no es más sino la ocupación reflexiva sobre
aquello a que nuestra atención va con preferencia, la mujer ha creado la
egregia cultura del cuerpo, que históricamente empezó por el adorno, siguió por
el aseo y ha concluido con la cortesía, genial invento femenino que es, en resolución,
la fina cultura del gesto”.
El resultado de esta atención, constante que la mujer presta a su cuerpo es que este
nos aparece desde luego como impregnada, como lleno todo él de alma. En este
caso se funda la impresión de debilidad
que su presencia suscita en nosotros. Porque en contraste con la solida y firme
apariencia del cuerpo, el alma es algo trémulo, el alma es algo débil. La atracción
erótica que en el varón produce no es, como siempre nos han dicho los ascetas
ciegos para estos asuntos, suscitadas por el cuerpo femenino en cuanto cuerpo,
sino que deseamos a la mujer por que el cuerpo de ella es un alma.
Excelente¡¡¡¡¡