miércoles, 27 de marzo de 2013

Trastorno de personalidad negativista u oposicionista y síndrome de la infancia


Siguiendo con la serie de artículos que publicaré por este medio, nos toca tratar el trastorno de personalidad negativista o pasivo agresivo como también se le llama.

En la Clasificación Internacional de Enfermedades ( CIE 10 ) está considerado como otros trastornos de personalidad. Hay que aclarar que las personas que tienen algún trastorno de personalidad no van por ahí mostrando todas sus cualidades a quien sea y a cualquier hora que sea. Se pueden comportar de manera normal la mayor parte del tiempo, se pueden adaptar, sin embargo  cuando las circunstancias los acorralan salen sus signos más característicos que nos sirven a los clínicos para diferenciarlos de otros trastornos.

Como su nombre lo dice, se muestran negativista con cara al futuro, son conflictivos y oposicionistas, pueden alargar la realización de una petición solo porque si,  para ver la reacción del otro, no son cooperativos, ponen trabas a las situaciones. Cuando las cosas van mal, usan esos momentos para justificar su pésima visión del mundo. Cuando las cosas le van bien no son capaces de experimentar placer, por lo tanto, se vuelven a  quejar. Nada está bien para ellos, son criticones del prójimo, ni perdonan, ni olvidan una ofensa hasta el punto de ser resentidos.

Sin embargo las circunstancias provocativas deben llegar a su pico más alto para que lleguen a la agresividad, aunque pueden mostrarla con su actitud pasiva, por que se mueven ambivalentemente entre la agresión y la pasividad, dan la impresión de estar siempre tensionados, y dispuesto a la acción agresiva sin llegar a hacerlo, y prefieren oponerse tardando en hacer lo que se les pide, se rebelan pasivamente a las figuras de autoridad, su dependencia a alguna figura es notoria pero a la vez dudan en comportarse de tal manera que pueden mostrarse también independientes,  con las personas que se relaciona habitualmente muestran una afirmación y una crítica, la ayudan y la obstruyen, coopera pero se tarda, lo hace cuando él lo quiera, no cuando se lo piden hacerlo.

Cognitivamente tienen pensamientos de desanimo y frustrantes con cara al futuro, no creen que las cosas les pueda ir bien, critican a los otros a quienes si les va bien, son incrédulos y desconfiados. Emocionalmente se muestran irritables, cambiantes, tiene poca tolerancia a la frustración pudiendo romper en violencia si asi necesitan hacerlo, tienen poco control de sus reacciones imprevistas, aquellos quienes los acompañan, siempre están “en vilo” esperando alguna reacción imprevista de ellos.

Esto como es obvio notar, les lleva a los pasivos agresivos a una relación conflictiva en el ámbito laboral, familiar y social. Nadie quiere trabajar con ellos, formar equipos con ellos es insufrible. La persona que se relaciona sentimentalmente con ellos está condenada al sufrimiento.

Síndrome de la infancia.

Normalmente las personas sabemos que puede ocurrir cuando alguno de nosotros comete una u otra conducta, si la conducta es socialmente acepada las consecuencias puede ser positivas, caso contrario sabemos que ante una conducta socialmente negativa o perjudicial las consecuencias serán negativas para nosotros, es decir, estamos condicionados a una historia de aprendizaje de emociones y consecuencias que se derivaran de nuestro comportamiento. Los pasivos agresivos o negativista no tienen esta historia de aprendizaje. Por el contrario las consecuencias que han derivado de sus acciones han sido ambivalentes. En la infancia, han sido niños criados por padres que le han dado una doble comunicación, un padre rudo y una madre permisiva, o viceversa, las consecuencias más allá de las reprimendas y caricias, acusaciones y consentimiento, el ambiente en que se han criado no les ha dado una dirección a que atenerse, no le han enseñado a esperar afecto o alejamiento, le han enseñado a esperar afecto y alejamiento al mismo tiempo, han recibido critica y caricias, confianza y duda, y así aprenden a responder a los estímulos posteriores, con esa ambivalencia afectiva que han reforzado su conducta. Las consecuencias serán percibidas como ambiguas, ya de adulto no sabrá si acceder u oponerse, porque  estas dos formas de actuar tienen la misma consecuencia ambivalente.

Los niños pueden mostrarse opositores, ser percibidos como malcriados, respondones, con baja tolerancia a la frustración y poco control de impulsos, discuten las órdenes, no respetan a la figura adulta,  siguen normas después de que le han criticado y demorado en cumplirla, aunque no llegan a perjudicar  otros como si puede hacerlo una personalidad psicopática.

Los niños con este síndrome se pueden mostrar muy dependiente de sus padres aunque más que amor, lo que ven en ellos es una evitación a sus temores que pueden ser fóbicos a la oscuridad o estar solo. Sin embargo, esa dependencia no impide rebelarse a ellos dando motivo de queja. En la escuela son conflictivos, pelean mucho, se oponen a la profesora al grado de agredirla, y les cuesta cumplir las normas de convivencia que logran alcanzar después de alborotar al salón.

FABLA SALVAJE

  Y para cerrar esta serie de artículos que trató de síndromes psicológicos étnicos o, si se quiere llamar, de psicología comunitaria, lo ...