Uno de los grandes temas en psicología
se refiere al conocimiento de la conducta voluntaria. La idea de la existencia de un espíritu que
alberga dentro de nosotros y que tiene gran injerencia en los actos
voluntarios es equiparable a la idea de
la voluntad, intención o deseos, que por sentido común, están dentro de
nosotros, como origen o causa fundamental de una conducta. Así diremos cuando
alguien se niega hacer algo “no quiere hacerlo” “no desea hacerlo” o no tiene intención.
Esta idea recubre con el halo de veracidad la afirmación de que si alguien
levanta el brazo es porque quiere hacerlo. Así, querer y conducta se cae en un
abismo descriptivo sin explicación de las causas reales de tal acción, la
voluntad, como causa fundamental de la conducta humana puede llevarnos a la dimensión
desconocida de la investigación de lo imposible. Es importante aclarar que los
conceptos del lenguaje se pueden usar en la comunicación del sentido común, pero
no es lo adecuado en la investigación científica, en todo caso se debe aclarar
y darle un significado y no quedarse en lo abstracto como concepto totalitario porque
lo abstracto puede ser definido de muchas maneras, y de hecho lo es, un ejemplo
son conceptos como justicia, libertad, voluntad, que si se dicen en sentido
común y en conversaciones coloquiales puede entenderse, pero si se trata de definirlo
es otra cosa, puede ser definido y entenderse de muchas maneras, tantas como
personas entren en el tema. Es sabido también que en ciertas regiones del ártico
o zonas frías la palabra blanco define ciertos estados del hielo, los
esquimales tienen cerca de quince tipos de blanco, mientras que los caribeños o
americanos tenemos dos o tres, y usamos por lo general uno, esto me hace
acordar de la influencia del lenguaje incluso para el desarrollo perceptivo (Whorf
1958) pero ese es otro tema que podría retomar en otro artículo.
Pero volvamos al tema de la
voluntad y la conducta voluntaria, porque la involuntaria no nos interesa mucho
como la primera, la neuropsicología ha establecido ya los componentes neurológicos
y fisiológicos que involucran la
conducta involuntaria, como por ejemplo el sistema arousal, los potenciales
evocados en la atención involuntaria que se activan con estímulos inesperados
de acuerdo a la intensidad y duración, es
cierto que la mayoría de las investigaciones neuropsicologías han sido con
personas que han sufrido lesiones cerebrales, pero aun así, estos hallazgos han
permitido comparar la performance de personas sanas y lesionados. La crítica no
desvalida la ciencia, el conductismo sabe muy bien de críticas a su enfoque –que
sus investigaciones solo sirven con animales- que no son aplicables a los seres
humanos- hasta le han dicho que no son humanistas y demás mentiras.
La voluntad como causa de la
conducta, es descriptiva, se queda en el limbo de la ciencia y no nos dice gran
cosa. El espíritu, como componente psíquico que nos mueve esta en el mismo
nivel, el famoso psicólogo Wundt llamo a este espíritu apercepción. Desde el
punto de vista del conductismo la conducta voluntaria, es un hábito que se
aprende con los mismos principios de otras conductas o comportamientos, deja de
lado el concepto de voluntad como causa explicativa y directa de la conducta,
porque aun la voluntad debe ser explicada de manera objetiva bajo el
aprendizaje del organismo con el ambiente bajo principios o “leyes” naturales.
Comparado con la tesis de la intensión o deseo, el avance del conductismo y su comprobación
científica ha dado a luz más investigaciones, que hasta se relacionan con
hallazgos posteriores, como con el lenguaje por ejemplo. El psicólogo ruso Vigotski
(1956) fue más allá de encontrar las razones de la conducta voluntaria dentro
del organismo, ni en la parte cerebral neurológica o fisiológica, para él, la
actividad general y de la conducta voluntaria del niño se desarrolla con una historia de
aprendizaje en la comunicación entre el niño con el adulto. Es decir, el
desarrollo lingüístico del niño forma y organiza la actividad voluntaria desde
formas exteriores, como puede ser las instrucciones que recibe del adulto desde
edades muy tempranas, uno o dos años, hasta volverse lenguaje interno que organiza,
dirige, regula y supervisa la actividad. La subordinación del niño a las
instrucciones del adulto es esencial en el proceso posterior del lenguaje
interno del niño, que de acompañar a la actividad y acción pasas a precederlo y
a dirigirlo. El lenguaje de ser una capacidad innata humana pasa a hacer
regulador de la conducta del hombre.
Para Skinner (1981) en su libro “Conducta
verbal” el lenguaje no solo expresa ideas, es más que eso, es conducta operante,
que se emite y provoca conducta en relación con otros y bajo una historia de
reforzamiento, para Skinner uno nunca habla solo, para que se dé el habla debe
ser respondida –por eso uno nunca habla con un animal – ya que la comunicación de los animales no es categorial, sino
comunica estados vivenciales, sin categorías de relación. Este habla de los
humanos, designa relación valga la redundancia-de conceptos, clasificaciones y categorías.
Vigotski y Skinner coinciden en que el lenguaje precede al pensamiento, es después
que se piensa antes de hablar como forma de autorregulación. La diferencia que
encuentro entre los dos, es que mientras Vigotsky habla de lenguaje interno,
Skinner habla del lenguaje como estimulo sujeto a las relaciones funcionales
que están fuera del sujeto y que lo refuerza bajo condiciones establecidas.
Es más, la función estimulante
del lenguaje aparece en el niño más pronto que la función inhibidora, en otras
palabras, el niño responde más al “hacer” que al “no hacer” por eso es difícil para
los padres que niños de dos a tres años dejen de hacer algunas conductas
inadecuadas o molestas para ellos, llorar, gritar, dejar, botar etc. Recién a
los cuatro años puede el lenguaje comenzar, solo comenzar a ejercer cierto control
regulador sobre la conducta del niño, y esto se da principalmente por la habituación
o reforzamiento, es decir, al aprendizaje de largo tiempo reforzado que le servirá
posteriormente para seguir instrucciones y formarse sus propias autoinstrucciones
que le permitan al niño una regulación precisa y organizada de su accionar.