La mirada, el observarse unos a
otros en una comunicación directa de dos
o más personas es considerada actualmente en nuestra sociedad un requisito en
la relación de dos personas. Dependiendo de los usos y costumbre de la sociedad
en que la persona se encuentra, es recomendable ver a los ojos a la persona con
quienes conversamos, asintiendo con ellos de alguna manera lo que la palabra
expresa; de hecho, es parte del entrenamiento de las llamadas conductas
asertivas. Sin embargo hay personas que no miran al interlocutor, felizmente no
es considerado un problema psicológico, y efectivamente no debería serlo, mas allá
de lo que pueda decir la psicología barata y popular de que “los ojos son el
espejo del alma” “…. son la ventana del alma”, o que la mirada transmite algo, en verdad, la
mirada no transmite nada ni es el espejo de nada, las personas que no miran a
los ojos del interlocutor están a merced de interpretaciones antojadizas como hipócritas, falsos o tímidos.
Aunque una mirada fija a alguien
tampoco es bien vista, menos si viene de un extraño por la calle. Puede ser
referida o circunscrita a una relación más intima, aunque en algunas partes y épocas
no era así, Desde la antropología Sir James Frazer el famoso estudioso de la
historia de las creencias y religiones de las sociedades antiguas, en la
tercera edición en español del libro “La rama dorada” nos cuenta que en sus
viajes se encontró con sociedades como la tribu Yuin de Nueva Gales en donde la mirada entre ciertas personas estaba
prohibido, específicamente el yerno estaba prohibido de mirar a la suegra, era
presagio de mal matrimonio incluida la separación de su conyugue, tenía que
dejarla si o si, no podía mirar a la suegra ni mirar en la dirección que esta veía.
En las tribus de Nueva Bretaña conversar y mirar a la suegra era presagio de
ciertas calamidades naturales, cosa que se resolvía con el suicidio de uno de
ellos.
La mirada sartreriana tiene un componente de invasión a
la privacidad. Para Sartre, mirar al otro y recibir la mirada del otro, desnuda
mi entera posibilidad de ser captado como todos mis defectos y me deja
vulnerable en mi libertad hacia aquel que me envía la mirada, me vuelve objeto
de experiencia del otro. Ocurre lo mismo si yo veo al otro.
San Agustín en sus “Confesiones” en los capítulos del trigésimo sexto al trigésimo
octavo cuando escribe sobre las formas de la “Tentation” (tentación) la mirada
ocupa una de sus segundas formas, la primera es el placer. La mirada Agustina
si es curiosa, deseosa de saberlo todo lleva a la persona al pecado y a caer en
la tentación, de la que Agustín se libraba solo con fuerza de voluntad. Con
estas ideas de las miradas a lo largo del tiempo -entre otras que dejo a la investigación
curiosa no agustiana ni pecaminosa del
lector - no es extraño que le demos a la
esquiva o fija mirada una serie de interpretaciones
desde las mágico-religiosas a las fenomenológicas o experencial, perdón por el
barbarismo.
En el análisis de la conducta
vemos la mirada como una conducta, de esta manera podemos concluir que la persona
que mira cuando habla con otra o cuando no mira, es un aprendizaje que se da,
dependiendo de la situación, debido a un reforzamiento. Cuando la persona mira
a otra es porque ha sido reforzado positivamente ya sea por la otra mirada o alguna
otra contingencia dada en ese instante, la persona que no fija la mirada a su interlocutor, si no es debido a un
problema auditivo y quiere leer los labios – se debería a alguna situación pasada
adversa que lo ha llevado a esquivar la mirada y se debe a un reforzamiento
negativo, ya que esquiva la mirada para no recibir los estímulos adversos que recibió
antes. Para superar esto lo más recomendable es que la persona mantenga la
mirada cuando hable, si siente ansiedad sería bueno un entrenamiento en relajación
y conductas encubiertas como autoinstrucciones positivas que se diga a sí
mismo, hasta que la mirada del otro pierda el efecto adverso que tiene.
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