sábado, 12 de octubre de 2013

El escudo de Aquiles



 Medio día en la ciudad de Lima, en la parte lateral de la Plaza de Armas, hago un trámite en el local de la Municipalidad, mientras espero en el segundo piso, me asomo al balcón del frontis y observo el Palacio de Gobierno, están haciendo el cambio de guardia, hay regular cantidad de gente pero desde mi posición se logra ver por encima de las cabezas de esa gente que de pie, junto a la reja del Palacio, observa como los soldados vestidos de rojo y botas, a paso de tortuga, en fila india y muy marciales, se relevan de sus obligaciones hasta más tarde, la gente que observa, en su mayoría de condición pobre, aplaude y se cuida la cartera, pues saben que una “mano amiga” le llevara su dinero, si lo tuviera, para cuidárselo mejor que el mismo. Pasa detrás de ellos, una vendedora ambulante algo regordeta y seguida de dos niños de unos cuatro y cinco años, ofrece en una pequeña caja de cartón, chicles, galletas y demás golosinas, los niños que la siguen, llaman la atención de otro infante bien vestido que aparenta la misma edad, hijo de uno de los observadores del cambio de guardia,  se les queda viendo asustado y siguiéndolos con la mirada, más allá, casi al lado extremo, una pareja joven de enamorados parece importarle poco el paso de los militares y se besan casi a escondidas, el amor y la guerra, en un pequeño espacio de terreno.

Policías con casco y escudos caminan al borde de la acera parecen cercar a los mirones del Palacio, están esperando que acabe el cambio para desalojarlos, pues hay una marcha de trabajadores exigiendo sus derechos sin cumplir sus obligaciones. En la pista, por culpa del semáforo en rojo, lento y cargoso, una fila de autos esperan pasarlo, un tico, un Volkswagen escarabajo de esos que ya no se ven está detrás, detrás de él una camioneta 4 x 4 grafica que el avance económico no le toca a todos, tampoco a la vendedora de golosinas, que por segunda vez jalonea a uno de sus hijos porque no avanza rápido, tal vez tenga la errada idea de que la distancia de los pasos del niño deben medir iguales a la suya. Mermeleros a sueldo, vagos, desocupados, ladrones de poca monta, alguno que otro con corbata, mujeres de edad avanzada y jóvenes promesas de los estudios universitarios completan el total de la gente que mira.

Sale el presidente de la República por el balcón, está acompañado del presidente del Congreso y del Poder Judicial, tengo conocimiento que tenían una reunión de coordinación, saludan al fondo de la multitud, sabiendo tal vez, que si saludan a la gente, no recibirán respuestas. Detrás de ellos algunos congresistas y jueces completan la fauna. La bandera peruana, sin lavar, flamea en el mástil de Palacio. El jefe del batallón busca en el balcón a su jefe supremo y le avisa el término del cambio de guardia, asienta este con la cabeza sin una sonrisa, un militar nunca debe reírse en público, no es marcial decía mi padre, tampoco en privado decía mi madre antes de una carcajada, un caballo jaspeado y con plumas en la cabeza lleva al insonriente-perdonen el barbarismo- hacia la puerta lateral en donde dormirá la siesta. Un grupo niños de colegio que no pasan de los ocho años, están dentro del palacio junto al túnel por donde paso el caballo, junto con sus maestras ha asistido a visitar el Palacio, como parte del curso, asombrados ante la marcha y el caballo, flamean pequeñas banderitas roja y blanca; se les acaba la hora de visita, volverán a la rutina del aula, la gente mirona seguirá circulando, el ladrón robando, el de corbata y el de sin ella, los que están dentro y los que están fuera, la pareja seguirá besándose en una banca de la plaza, los vagos buscaran mirar a otra parte, la vendedora de golosina a seguido su camino, el tico y la camioneta 4 x 4 ya han pasado, los policías terminan de desalojar de esa pequeña cuadra a todos los que estaban,  y toman sus posiciones, pues la marcha de los trabajadores se acerca y hay que impedirlo, yo me meto al municipio y pienso que mejor regreso otro día, las bombas lacrimógenas irritan demasiado, bajo y me retiro de la plaza, no sin antes pensar que si Hefestos hubiera hecho el escudo en el Perú , hubiera tenido más trabajo.

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