Y para
cerrar esta serie de artículos que trató de síndromes psicológicos étnicos o,
si se quiere llamar, de psicología comunitaria, lo haré con un cuento de
Vallejo que precisamente narra aspectos psicológicos de origen desconocido en
una pareja de esposos, Balta y Adelaida, viviendo en un paraje de la sierra
peruana. No soy un lector asiduo de novelas; prefiero los ensayos, narraciones
y demás variantes literarias. Cesar Vallejo no es muy reconocido por su
narrativa; se le admira más por su poesía, pero el bardo escribió algunos
cuentos hermosos como Fabla salvaje (1923), su segunda obra en prosa. El
término fabla viene del latín fabula y de fari, que es hablar, y también del
español antiguo hablar o sentencia. Y tal como señala Ricardo González Vigil,
citado por Mazzotti (2021), el
título Fabla
salvaje alude al habla, la fábula y la confabulación.
La
descripción que hace Vallejo de los elementos del ambiente, situaciones y
características de los personajes es, en su medida, poética. Esta pareja vive
feliz, alejada del pueblo; no tiene hijo, pero vive con un hermano de ella de
ocho años de edad. La vida de Adelaida transcurre haciendo sus quehaceres
cotidianos, dedicándose a la casa, cocinando los alimentos y haciendo las cosas
habituales de la chacra. Balta, por su parte, realiza su labor de campesino.
Vallejo describe algunas características de ambos. A Balta lo describe
enamorado de su mujer, campesino alegre de buen ánimo, sano de cuerpo y
espíritu; a ella como una mujer entregada a su marido, alegre pero a la vez
llorona de puro sentimentalismo, empeñada en cumplir con su rol de esposa. El
escritor le da a Balta un añadido más, y dice que es “más de la mitad, oscuro
aldeano de las campiñas”. En la obra, Balta poco a poco sufre un cambio de
pensamiento que desencadenará en deformaciones cognitivas, alucinaciones,
creencias sin fundamentos, que a su vez lo llevará a experimentar sensaciones
desagradables para con su mujer y su vida diaria. Finalmente, Balta
terminará cayendo al abismo, no se sabe si empujado por una fuerza extraña o
por una decisión suicida, como una silueta que cae al vacío desde un peñasco.
La
gente de nuestro Ande es en su mayoría creyente de lo mágico-religioso. El pago
a la tierra, las fiestas y costumbres paganas como el baile y el
festejo junto a la virgen religiosa son una demostración de fe en lo religioso
y en lo mágico. El asunto radica en cuán creyente se puede ser, a tal punto que
esas fuerzas mágicas pueden tomar control de los pensamientos, organizándolos, provocando
alucinaciones y sensaciones, convirtiendo elementos de la naturaleza en
evidencias palpables y visiones que guían el delirio.
Eso es
lo que le pasó a nuestro personaje: comienza su declive cognitivo y emocional
cuando al levantarse una mañana rompe el espejo. Canta la gallina y rebuzna el
caballo, signos que para Balta y Adelaida son predestinaciones de algún mal.
Las
creencias religiosas y su influencia en la conducta no están consideradas un
problema psicológico por sí mismas, pero cuando distorsionan la realidad, hay
que tomarles interés. Puede ser que para una persona la experiencia de verdad y
realidad pueda existir, aunque no sea físico. En ese sentido, las creencias
mágicas religiosas desde un punto de vista fisicalista son falsas, pero
desde el punto de vista psicológico es real, y es verdad porque es un hecho que
se lleva a cabo en la mente y su funcionamiento puede ser medido y comprobado
físicamente. Para Balta, la relación entre lo mágico de la rotura del espejo y
su percepción alucinatoria son estrechas; él cree que toman fuerza material e
influyen en el amor de Adelaida; y hasta siente que lo roza cuando, al borde
del peñasco, “algo lo hace caer al abismo”. La soledad del Ande que refleja lo
que Vallejo escribe de Balta: “más de la mitad, oscuro aldeano de las
campiñas”, es signo de su personalidad solipsista, cuando, a petición de
Adelaida, Balta se niega a que se muden a vivir al pueblo. Esto demuestra el
poco interés en los contactos sociales de Balta y la soledad del caserío que
propicia los devaneos de un alma atormentada y la conexión distorsionada del
pensamiento supersticioso y la realidad. ¿Es una locura lo que atormenta a
Balta? ¿Es una depresión? Al final del relato, y para darle la coincidencia de
lo que Spengler llamaba el sino del destino, cuando Balta cae al abismo, esa
misma mañana, nacía su hijo, quien es cuidado por la abuela, que se da cuenta
de que da sobresaltos sin motivo mirando largamente a la puerta. ¿Habría acaso
una conexión entre el espíritu de Balta y el recién nacido? ¿Acaso Vallejo
quiso describir la trasmutación platónica tácita y andina al final del cuento?
Queda
en el análisis si el fin de Balta fue causado por su locura, alguna fuerza
sobrenatural del ande o la magia de algún espíritu diabólico.