Si había alguien
vivo en el mundo a quien yo admiraba,
esa fue la madre Teresa de Calcuta, su inconmensurable amor por el prójimo, su
entrega a los enfermos, su sacrificio personal para vivir velando por aquel
desconocido que necesitaba de unos brazos para morir, fue para mí motivo de preguntarme ¿Qué tenía esta mujer delgada
y diminuta que la hacía tan fuerte e imperturbable para abrazar a los
tuberculosos, enfermos, hambrientos, y brindarles calor humano antes dejar este
mundo? ¿Qué hacía de esta mujer un temple de entereza frente al sufrimiento de
otro ser humano, sin caer en la depresión o la tristeza que da la impotencia de
no poder evitar el dolor del prójimo, niños, adultos y ancianos?
Una persona
admira generalmente a otra persona que tiene ciertas cualidades o características
emocionales, cognitivas o conductuales que la admiradora no tiene, la persona
admirada representa lo que la admiradora quiere llegar a ser, llegar a
alcanzar, siquiera parecerse o en su defecto, asimilar que nunca podrá ser,
nunca alcanzara, ni llegara a parecerse. Por intermedio de la admiración, la
persona que admira se expurga de su infeliz escases y se acerca a esas
cualidades grandiosas que posee la persona admirada, haciendo suya sus
cualidades hasta compenetrarse con ella desde una perspectiva a veces cercana,
a veces lejana por su propia condición humana.
Cuando visitaba un
país, la madre Teresa de Calcuta era recibida por jefes de Estado, Reyes y Príncipes,
pero nunca se alojo en hoteles de cinco estrellas, ni siquiera de uno, siempre
se alojaba en los locales de las Hermanas de la Caridad, lugar de enfermos y
menesterosos. Nada le hubiera costado a esta mujer de delgada figura poner
alguna institución con sede central en algún
país europeo, y desde allí, monitorear la
caridad sentada en varios millones de dólares, pero la Premio Nobel de la Paz,
no era madre de ventilador ni escritorio, era una madre de enfermos, pero también
de la soledad y de la falta de fe, si señores aunque no lo crean, porque a diez años de su muerte se ha
publicado las cartas que envió a varias monjas de su congregación en donde revela
que durante cuarenta años no sintió a Dios, que tenía una gran desolación espiritual
y una falta de fe en la presencia de Dios en este mundo. “Siento que Dios no me
quiere, que Dios no es Dios, y que El verdaderamente no existe” escribe en una
de sus cartas. En otra misiva escribe “Mi sonrisa esconde mis penas, la gente
cree que mi sonrisa y mi fuerza se debe a la conexión que tengo con Dios…si
supieran”.
Teresa de
Calcuta sintió la soledad espiritual que muchos santos y beatos antes de ella también
sintieron, santa Teresita del Niño Jesús, San Ignacio de Loyola, santa Teresa
de Avila sufrieron la falta de fe en muchos años de su entrega a Dios.
Personalmente me
sorprendieron esas cartas de la madre Teresa de Calcuta, pero a la vez
reafirmaron y aumentaron mi admiración hacia ella, porque nos enseña que desde
la condición humana, esa condición que san Agustín decía que a veces era de ángel
y a veces de animal, también se puede hacer entrega y sacrificio, Teresa nos
enseño que no se necesita de la fe cristiana ni de Dios para abrazar a un
enfermo, a un moribundo, a un pordiosero, solo se necesita reconocerse como ser humano; las cartas y las
acciones de la madre Teresa de Calcuta lo demostro.
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