"Mi vecino no es mi amigo, el que es mi amigo es el vecino de mi vecino”. Jean Paul Sartre
Creer que venimos biológicamente con la actitud de la tolerancia, sería ingenuo, creo en realidad que nuestro dispositivo natural no nos prepara ni siquiera para la vida en sociedad, y aclaro que no es una visión pesimista de la naturaleza humana, sino más bien, realista y a la vez esperanzadora. El hecho de que lleguemos con el potencial, no nos asegura que lo desarrollemos por si solos, al menos no en esta etapa de la evolución. La esperanza radica en construirla.
Llegamos a este mundo con muchas deficiencias estructurales para la vida en sociedad, y como casi toda la conducta humana, debemos de hacer una estructuración de la misma a nivel social, el hecho de tener emociones nos hace vulnerable al otro en la convivencia. El complicado mecanismo de la emoción nos obliga a controlar nuestro cerebro emocional para vivir en sociedad y no dejarlo actuar para lo cual estaba hecho, la supervivencia. La tolerancia es una de esas deficiencias naturales que traemos al nacer. Por consiguiente debemos de construirla socialmente.
En su etiología latina la tolerancia significa soportar, traducida a la convivencia podemos decir que es la capacidad de soportar a la otra persona en su pensar, actuar y sentir sin criticarlo ni juzgarlo. ¿Hacemos bien en tolerar al otro? Sartre nos dice que “mi sola presencia en el mundo limita el accionar del prójimo, y es algo fenomenológicamente determinista para su accionar, y que aun tolerando al otro también le quitamos libertad para actuar, se le resta afirmación y perseverancia y lo enmarca a la fuerza a un mundo tolerante, se le resta posibilidades y estrategias para ejercer esa libertad que tendría si no seriamos tolerantes”. En parte tiene razón, los movimientos sociales, las revoluciones, el paso de la esclavitud a la libertad no hubiera podido ser posible si esos pueblos esclavos o colonizados hubieran sido pueblos tolerantes.
¿Entonces de que tolerancia hablamos? Por una parte a la que está enmarcada a un conflicto de relación con los otros, ese conflicto que puede ser de naturaleza emocional, moral, ética o simplemente de agrado hacia la otra persona, incluso en su manera de pensar, debe también implicar que la persona que no tolera, está dispuesta a hacer algo en contra de esa persona que no es de su agrado, y muy seguido vemos que hace algo, por lo general, en contra de ese malestar o conflicto, sino, estaríamos hablando de indiferencia, que sería algo así como una tolerancia en negativo.
Desde los mecanismos de poder, la no tolerancia lleva a dictaduras, genocidios, guerras, conflictos sociales, violencia y muerte. El siglo XX nos enseño el nivel enfermizo de la intolerancia de los nazis contra los judíos, y de Stalin con los rusos que no pensaban como él. Levy Strauss decía “Que las culturas eran inconmensurables y que para juzgarlas debemos de escapar de la atracción y de la repulsión que susciten” Ya sabemos lo que dice Foucault sobre la locura y el poder en su libro “Historia de la locura”. Desde un ámbito más personal, las relaciones sociales y de pareja se ven inundadas de acciones conflictivas que siempre terminan mal. Este alejamiento de la atracción o repulsión que nos sugiere Strauss, la entiendo en una educación que nos aleje de ideas prejuiciosas –dadas por esas mismas sociedades- lo cual hace de la objetividad y tolerancia un camino más difícil de seguir.
La tolerancia implica-si se me permite el término- una educación” de las emociones, dando lugar al desarrollo de la empatía, que es una capacidad de poder mínimamente sentir lo que pueda sentir el otro, ligada a una práctica condicionada que refuerce positivamente esa empatía, así se verá reforzada por las condiciones agradables que acompañen a esa relación. Aunque la fenomenología nos dice que la experiencia, por ejemplo de dolor o alegría, es sentida solo por una persona y no podemos ni siquiera intentar sentirla- y creo que tiene razón- podemos hacer una aproximación a ella, con eso bastaría para acercarnos a la experiencia humana y reforzarla.
La pregunta sería como “educamos” las emociones y su variable subjetiva de sentimientos como odio, egoísmo y apatía hacia el otro, una forma es influenciando en las variables que participan en la educación de esa persona, por ejemplo desarrollando acciones desde el hogar que implique que los niños formen grupos, clubes o asociaciones que se enfoquen en ayuda los más necesitados, bajo supervisión de los adultos para evitar problemas, dándoles ejemplos de lo que Shapiro llama “ayuda aleatoria” es decir, practicar la ayuda a personas que se encuentren en la calle , como abrir puertas a señoras ancianas, ceder el asiento en el transporte, ayudando a los minusválidos etc.
Un ambiente de tranquilidad y respeto en el hogar en donde los padres conversen, dirijan y guíen, donde los padres se toleren entre sí, no bajo la visión sartreriana de limitar la libertad, sino por el contrario fomentarla aceptando las particularidad de cada uno.
Por último nos queda reflexionar sobre si debemos tolerar lo intolerable, que sería como una práctica de la indiferencia solipsista, esa línea delgada en el accionar ante la injusticia y la tolerancia aun es materia de análisis en la práctica ética y moral. ¿Puedo acaso limitar bajo la luz de la palabra tolerancia, mi libertad de luchar contra la injusticia, soy intolerante si lucho contra la intolerancia?.
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